Desde que vivo en Madrid, en concreto al lado de la estación de Atocha, he recuperado el tren (en detrimento del avión) como forma habitual de transporte. Debido a que la mayoría de mis conciertos los realizo en Barcelona, Málaga, Valencia y Galicia, todo esto se traduce en una media docena de trayectos mensuales.

Además de la lectura, de escuchar música, trabajar/estudiar, o simplemente mirar por la ventana, para ocupar el tiempo, a veces coqueteo con las películas ofrecidas por Renfe. Me encantaría saber qué criterio se usa, y quien toma esas decisiones, por qué ese surtido oscila entre productos industriales sin ningún tipo de contenido, y películas que claramente no se ajustan a su función, puesto que no son aptas para todos los públicos.
He de resaltar que en algunos momentos, alguna joya se cuela entre la oferta del ferrocarril, como ha sido el caso de hoy, en el que he podido gozar de «Life & nothing more» de Antonio Méndez Esparza.

A veces es difícil entender para  los que nos dedicamos a trabajar con las sensaciones y las emociones, donde reside la tecla para llegar al otro lado y transmitir. Personalmente, cuando me encuentro una obra de estas características (reposada, sincera, con la complejidad de las cosas sencillas, personal, sin efectos especiales ni fuegos de artificio, sin giros efectistas de guión, pero que realmente hace que algo en tu interior se transforme…) quiero pensar que mi búsqueda se encuentra en esa vibración y me ayuda a silenciar los cantos de sirena de las redes sociales, la prensa “especializada”, los megafestivales con carteles vigorexicos a imagen y semejanza de las grandes superficies, y el fenómeno “fan”, contextos en los que, al carecer posibilidad de pausa, pensamiento crítico, y autonomía (por hallarse bajo el control del “stablishment”), no tiene cabida un discurso de este tipo, y al mismo tiempo no encuentra un público por la falta de hábito en el paladar, saturado de azúcar industrial, glutamatos, aceites de palma y potenciadores industriales varios.
Si a ello le sumamos los ciclos económicos y su influencia en el consumo (no solo en el volumen, si no en el objeto mismo de consumo, como de una manera esclarecedora nos narra Alan Moore en la voz de Ozimandlas en “Watchmen”), el marketing del perverso “anti-marketing dollar” que tan brillantemente analiza Bill Hicks en uno de sus más famosos monólogos, el sesgo salvaje en el acceso a la información y a la opinión (que hace que solo recibamos aquello con lo que estamos de acuerdo, y que reafirma las teorías de cada uno y nos vuelve más inflexibles) y el acceso indiscriminado por parte de los poderes de todo tipo (políticos, económicos, industriales…) al Big Data, nos deja un paisaje desolador de pensamiento único (bajo la ilusión  de la libertad de elección, y de múltiples opciones, cada una de ellas etiquetada, catalogada, y lista para su comercialización)

En este páramo, películas como “Life & nothing more”, “Nicolás III, rey de los belgas” de Peter Brossens y Jessica Woodworth (que acompaña en programa doble en este trayecto de tren) o  “Nader y Simin. Una separación” de Asghar Farhadi, se convierten, para mí, en la oportunidad de coger una fruta directamente de un árbol salvaje, sin selección genética, ni abonos añadidos, con su heterogeneidad en el color, forma y textura, y que nos recuerda el sabor que en realidad tienen las cosas.


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